En su camino hacia Estados Unidos, desafiaron la peligrosa selva del Tapón del Darién, recorriendo durante días una de las rutas migratorias más peligrosas entre Colombia y Panamá. Su meta era clara: buscar asilo en territorio estadounidense.
Ahora, poco a poco, barco por barco, muchos de estos migrantes – principalmente de Venezuela y Colombia – están abandonando su sueño americano. Con el endurecimiento de las políticas migratorias del presidente Donald Trump, han decidido regresar a los países que una vez intentaron dejar atrás.
El domingo, una de las embarcaciones surcaba los ríos rodeados de selva en la frontera entre Colombia y Panamá, transportando a unos 20 pasajeros. Apretando sus mochilas y protegiéndose de las salpicaduras de agua, intentaban asimilar la difícil decisión de volver.
El impacto de la represión migratoria
Muchos de estos migrantes pasaron meses, incluso más de un año, en México, esperando una oportunidad para solicitar asilo a través de la aplicación CBP One, implementada durante la administración de Joe Biden, pero eliminada por el gobierno de Trump.
“Cuando Trump llegó y eliminó la aplicación, todas nuestras esperanzas se desvanecieron”, contó Karla Castillo, una venezolana de 36 años que viajaba con su hermana menor.
Este fenómeno es denominado por las autoridades como “flujo migratorio inverso”. Las pequeñas embarcaciones parten de zonas rurales de Panamá y cruzan el mar en grupos, saltando de isla en isla hasta llegar al norte de Colombia.
La ruta marítima ya era utilizada en el pasado por traficantes de personas, quienes cobraban grandes sumas para evitar que los migrantes atravesaran a pie la peligrosa selva del Darién. Ahora, con el colapso de la industria del tráfico de migrantes en la región, muchos de estos grupos están explotando el flujo inverso y cobrando entre 200 y 250 dólares por persona, incluidos menores, para transportarlos de regreso.
Los migrantes pagan sus pasajes a través de aplicaciones como Zelle, muchas veces usando lo poco que les queda después de haber gastado casi todo en su intento fallido de llegar a Estados Unidos.
Un regreso con sentimientos encontrados
Mientras esperaba su embarcación, Castillo compartió sus emociones encontradas. Como muchos venezolanos, ella ya había migrado una vez, viviendo durante cinco años en Chile antes de decidir emprender el viaje hacia EE. UU. Con el endurecimiento de las políticas migratorias en varios países de Sudamérica, optó por cruzar el Darién y atravesar varios países hasta llegar a México.
Sin embargo, a principios de febrero, ella y su hermana comprendieron que ya no tendrían posibilidad de ingresar legalmente a EE. UU. y decidieron regresar. Ahora, esperaba ansiosa reencontrarse con sus cuatro hijos y su madre en Venezuela. Su madre organizó una rifa para recaudar dinero y ayudarla a pagar el viaje de vuelta.
“Supuestamente la música alta aquí es para animarnos, pero nada quita esta tristeza”, dijo Castillo, observando a otros migrantes que aguardaban su transporte.
Aunque no hay cifras exactas sobre cuántas personas utilizan esta ruta diariamente, cientos de venezolanos y colombianos han estado llegando al área, donde las leyes indígenas locales regulan los servicios de alojamiento y transporte marítimo.
Datos de Costa Rica indican que entre 50 y 75 personas están cruzando el país diariamente rumbo al sur, una cifra pequeña comparada con el flujo masivo de hace un año, cuando miles de