En Cuba, pescadores desafían la escasez con balsas hechas a mano llamadas ‘corchos’

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By Isabel Gutierrez

Desde lejos, parecen simples puntos blancos flotando en el mar. Pero al acercarse, se descubre una escena que mezcla necesidad con creatividad: hombres sentados sobre planchas de poliespuma, transformadas en rudimentarias balsas de pesca. En Cuba, donde conseguir un bote es casi imposible, la improvisación ha dado lugar a un fenómeno cotidiano: los “corchos”.

Supervivencia y pasión: la pesca artesanal en tiempos de crisis

Cada mañana, cuando el sol apenas empieza a salir, decenas de pescadores se lanzan al mar en estos pequeños flotadores artesanales. Recorren la costa de La Habana y zonas como Cojímar, pueblo pesquero que alguna vez fue fuente de inspiración para Ernest Hemingway. Allí, la pesca se mantiene viva gracias al ingenio de quienes no pueden comprar una embarcación.

Los “corchos” suelen estar hechos de planchas de poliespuma sujetas con varillas de aluminio. Miden alrededor de dos metros de largo por uno y medio de ancho. Aunque parecen frágiles, sus creadores aseguran que flotan sin problemas, incluso con oleaje fuerte. Algunos se impulsan con remos, mientras que otros instalan pequeños motores para facilitar el regreso.

“Esto lo llevamos en la sangre”, dice Miguel González, de 36 años, mientras sostiene un atún recién capturado. Según él, pescar no es solo cuestión de necesidad, sino también de orgullo y tradición. Como muchos, sale al mar con una caña, unos anzuelos y algo de agua. Las jornadas suelen durar entre cinco y seis horas.

En lugar de carnada viva, estos hombres usan “jigs” caseros, imitaciones de calamar hechas con resina y papel brillante. Con eso logran atraer especies grandes. Si la pesca rinde, pueden vender parte del producto en mercados o restaurantes, lo que representa un ingreso vital en una economía donde el salario promedio ronda los 25 dólares mensuales.

Comprar una lancha en Cuba puede costar unos 30.000 dólares, una cifra impensable para la mayoría. Aunque muchos reciben remesas del exterior, el acceso a medios de pesca sigue siendo limitado. Por eso, el “corcho” se convierte en una herramienta de resistencia y subsistencia.

Pero más allá de la técnica, lo que une a estos pescadores es la solidaridad. “Aquí nadie pesca solo”, afirma Rayner Sánchez, de 35 años. “Nos ayudamos entre todos. Si algo le pasa a uno, le pasa a todos”.

Así, mientras el país enfrenta una de sus peores crisis económicas, estos hombres siguen saliendo al mar. No tienen grandes barcos, pero navegan con dignidad y determinación.