Todos los días, miles de migrantes cruzan la selva del Darién, ubicada entre Colombia y Panamá, en busca de una vida mejor en los Estados Unidos. La ruta, considerada una de las más peligrosas del mundo, está marcada por riesgos extremos, incluyendo enfermedades, violencia y muertes. En 2024, más de trescientas mil personas se arriesgaron en la travesía, enfrentando condiciones adversas y la incertidumbre sobre su futuro.
La selva del Darién es un tramo crítico de la ruta clandestina utilizada por migrantes que huyen de crisis económicas, inseguridad y conflictos en sus países de origen. El recorrido está marcado por ríos caudalosos, montañas empinadas y una vegetación densa. Muchos relatos cuentan sobre personas desaparecidas, muertas por ahogamiento o ataques de criminales.
La mesera Mariana Bucoutt, quien viaja con sus dos hijas, Danisha y Shadia, describe los momentos de terror que vivió durante la travesía. “Me caí en un agujero, dos hombres me rescataron. Primero vi un muerto en el río. Luego, otro en la montaña. Es un destino de muerte, arriesgas tu vida varias veces al día”, relató.
En 2024, al menos ciento setenta y tres personas murieron o desaparecieron al intentar cruzar la selva del Darién.
La mayoría de los migrantes que se arriesgan en la travesía son venezolanos, representando siete de cada diez personas que cruzaron la selva el último año. Bajo el régimen de Nicolás Maduro, Venezuela enfrenta una crisis humanitaria severa, con hiperinflación, escasez de alimentos y servicios básicos deficientes.
Una madre venezolana, que viaja con su hija autista, compartió las dificultades que enfrentó en su país.
“Tengo que llevarla al médico, al neurólogo, al psiquiatra. Allá, todo es pago. El salario que ganas en una semana apenas alcanza para un día de comida”, contó. Su plan, como el de tantos otros, es llegar a los Estados Unidos.
La llegada a Panamá
Después de horas de viaje en barco, grupos de migrantes llegan a la primera comunidad de Panamá, Bajo Chiquito. Allí, son registrados por las autoridades locales, que verifican antecedentes criminales y analizan la posibilidad de que continúen su viaje. Con el aumento del flujo migratorio, la aldea ha crecido, ofreciendo hospedaje, restaurantes e incluso puntos de carga para teléfonos móviles.
Debido a la crisis humanitaria, el gobierno panameño ha instalado unidades de salud en lugares estratégicos, como en Lajas Blancas, un campo de refugiados en medio de la selva. Organizaciones humanitarias prestan atención médica y distribuyen alimentos a los migrantes.
“Los problemas de salud son variados. Muchos llegan con lesiones en la piel, dolores musculares, deshidratación extrema e incluso fracturas. También tratamos casos de infecciones y enfermedades gastrointestinales”, explicó uno de los médicos que trabajan en la región.
Además de las condiciones adversas, hay frecuentes informes de violencia sexual contra mujeres y niños. “He visto más de ochenta casos de agresiones sexuales”, reveló uno de los trabajadores humanitarios.
Los migrantes continúan su viaje en coche, autobús o a pie en dirección a México, donde esperan la definición de las políticas del nuevo gobierno de Donald Trump, quien ha prometido deportaciones masivas y el cierre del paso por la selva del Darién.
“Cerrar rutas no es tan fácil. Las rutas son como filtraciones de agua. Cuando se cierra un camino, la travesía encuentra otro”, afirmó Filippo Grandi, alto comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados.
Las dificultades son inmensas, pero la esperanza de una vida mejor sigue impulsando a miles de personas a enfrentar el camino de la muerte.