El panorama político en Venezuela está marcado por el dominio del chavismo desde 1999, con Nicolás Maduro como figura clave. En víspera de las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024, el presidente en funciones intensifica sus campañas, enfatizando su deseo de perpetuarse en el poder. Sus discursos se centran en desacreditar a la oposición, representada por Edmundo González Urrutia, mientras se repiten antiguas promesas no cumplidas.
Maduro, quien asumió la presidencia en 2013, utiliza la frase “más nunca volverán” como mantra en sus actos políticos, reflejando su determinación de mantenerse en el cargo hasta 2030. Este impulso hacia la continuidad del gobierno va acompañado de advertencias sobre posibles consecuencias negativas en caso de una derrota en las elecciones, lo que revela la tensión existente en el ambiente electoral y la incertidumbre sobre el futuro del país.
El agravio como herramienta
En el contexto político venezolano, el uso de descalificaciones es frecuente. La lógica del régimen sugiere que solo aquellos que comparten su ideología son aptos para liderar el país. Por ello, Maduro y sus aliados atacan a los opositores con insultos que son difundidos diariamente a través de Venezolana de Televisión (VTV).
El líder chavista recurre a insultos como “mamarracho”, “viejo decrépito”, y “pataruco”, dirigiendo estos ataques en particular hacia figuras mayores como González Urrutia. Este ataque verbal no solo proviene de Maduro, sino que también es replicado por altos funcionarios del Partido Socialista Unido (PSUV).
Además, los acusadores señalan a los candidatos opositores con epítetos como “inmundo” y los relacionan con delitos graves, incluyendo asesinatos. No obstante, tales acusaciones carecen de pruebas que las respalden, lo que pone en evidencia una estrategia de ataque basada en la difamación más que en hechos verificables.
La proyección inmutable
La idea de un poder duradero no es nueva en el contexto del “proceso revolucionario” que se vive en Venezuela. Hugo Chávez, quien lideró el país hasta su fallecimiento en 2013, había manifestado su deseo de gobernar hasta 2021, estableciendo un legado político sólido.
Nicolás Maduro, quien le siguió, sostiene la afirmación de que el chavismo se mantendrá en el poder indefinidamente. Este argumento se basa en la creencia de que sus oponentes, a quienes denomina oligarquía o la derecha, no recuperarán el control. Maduro cree que el legado de Chávez perdurará por un mínimo de cien años.
Para cimentar esta permanencia, Maduro ha forjado alianzas económicas a largo plazo con países afines ideológicamente. Por ejemplo, mantiene un pacto de cooperación petrolera con Irán que se extiende hasta 2042, junto con diversas relaciones comerciales con Rusia y Cuba. En caso de un cambio político en el país, estos acuerdos serían examinado con atención.
El chavismo celebra su triunfo
El chavismo mantiene un discurso optimista y desafiante ante las inminentes elecciones, asegurando una victoria para Nicolás Maduro el 28 de julio. Se invita a la población a prepararse para una “paliza” electoral, reflejando la confianza del gobierno en un resultado contundente.
Durante la campaña, Maduro ha reiterado su mensaje en múltiples mítines, todos transmitidos por el canal estatal Venezolana de Televisión, sin la cobertura de medios independientes. Esta estrategia busca fortalecer la percepción de un triunfo inevitable.
Según los líderes chavistas, el triunfo de Maduro vendrá acompañado de acusaciones de fraude por parte de la oposición, lo que, consideran, podría desestabilizar el orden público. En este contexto, el presidente se posiciona como el garante de la paz, sugiriendo que la elección se centra en elegir entre “la paz o la guerra”.
La retórica del chavismo resalta una clara polarización, en la que la posibilidad de un reclamo por parte de la oposición se ve como una amenaza al orden establecido, consolidando su narrativa de victoria inminente.