Aplausos prolongados marcaron el cierre de la COP30 cuando Marina Silva, ministra de Medio Ambiente y Cambio Climático de Brasil, se emocionó ante los delegados reunidos en Belém. Fue un momento simbólico para un país que buscó recuperar el liderazgo climático perdido durante años de retrocesos ambientales. No obstante, mientras celebraba avances considerados modestos, una realidad mucho más dura la esperaba de vuelta en Brasilia.
Silva afirmó que el progreso alcanzado solo fue posible gracias a la persistencia colectiva. Y pese a que el acuerdo final decepcionó a varios países al evitar mencionar los combustibles fósiles, Brasil consolidó su imagen internacional tras impulsar más fondos para adaptación climática en naciones vulnerables.
Desafíos en el Congreso y en la Amazonía
De regreso al escenario político interno, la ministra enfrenta un Congreso conservador que ha intentado debilitar el sistema de licencias ambientales. A esto se suman crecientes amenazas del crimen organizado en la Amazonía y nuevas formas de deforestación que buscan burlar controles estatales. Estas tensiones ocurren mientras Brasil intenta cumplir la meta de deforestación cero para 2030.
Silva, nacida en el estado acreano y con trayectoria marcada por la lucha socioambiental, se ha convertido en una figura reconocida dentro y fuera del país. Fue ella quien, entre 2003 y 2008, ayudó a frenar drásticamente la destrucción de la selva. Aunque estuvo alejada del Partido de los Trabajadores por más de una década, volvió a aliarse con Lula en 2022 y es vista como pieza clave de la “transformación ecológica” defendida por el gobierno.
Los avances incluyen la reducción a la mitad de la deforestación en la Amazonía, mayor capacidad para sancionar infractores y nuevas políticas que incentivan la reforestación y la trazabilidad del ganado. Sin embargo, organizaciones ambientales alertan que Lula no ha logrado impedir que el Congreso avance en proyectos que flexibilizan normas y afectan territorios indígenas.
En algunos casos, la tensión interna recuerda el primer mandato de Lula, cuando desacuerdos llevaron a la salida de Silva del gabinete. Esta vez, la ministra insiste en que la urgencia climática es mayor y que ambos están alineados en defender los avances ambientales.
Un clima más extremo y más violencia
El año 2024 fue el más caluroso jamás registrado, alimentando incendios devastadores en la Amazonía. Autoridades del Ibama han reportado más enfrentamientos armados con grupos criminales, un indicio del aumento de armas en la región.
Además, investigaciones recientes indican que quienes buscan deforestar han infiltrado cadenas de suministro asociadas a combustibles renovables y créditos de carbono, dificultando la verificación de prácticas sostenibles.
Para especialistas, Brasil tiene las herramientas necesarias para detener la destrucción, pero necesita reforzar su voluntad política. A medida que se aproxima un nuevo ciclo electoral, los bosques vuelven a estar especialmente expuestos.

