En el corazón de uno de los barrios más vulnerables de Bogotá, un proyecto pionero está cambiando la forma en que Sudamérica aborda el consumo de drogas. Desde junio de 2023, la capital colombiana alberga Cambie, la única sala de consumo supervisado de todo el continente, gestionada por la organización sin fines de lucro Acción Técnica Social.
El objetivo es claro: reducir daños, evitar sobredosis y ofrecer atención digna a quienes usan heroína, cocaína o mezclas peligrosas como el speedball. Desde su apertura, 14 sobredosis han sido revertidas con naloxona, un medicamento que salva vidas. De hecho, la última intervención ocurrió hace ya un año.
Christian Camilo Amaya, un joven consumidor, es uno de los usuarios habituales de Cambie. Aunque afirma no ser adicto, reconoce que el acceso a jeringas esterilizadas y la capacitación en prácticas seguras han cambiado su vida.
Además, entrega regularmente sus jeringas usadas en un contenedor especial, siguiendo protocolos de bioseguridad.
“Sé lo que las sustancias me hacen. Por eso trato de no volverme dependiente”, contó Amaya mientras inyectaba en un pequeño cubículo del centro.
La iniciativa coincide con la Conferencia Internacional sobre Reducción de Daños, que este año se celebra por primera vez en Latinoamérica. El evento refleja la estrategia de la administración del presidente Gustavo Petro, quien busca replantear el sistema de control de drogas de las Naciones Unidas.
Actualmente, 87 personas están registradas como usuarias en Cambie, de las cuales el 26% son migrantes venezolanos. Según los datos del centro, el 91% consume heroína, el 7% inyecta cocaína, y menos del 2% utiliza speedball. Sin embargo, a nivel nacional, la información oficial sobre el uso de heroína sigue siendo escasa.
El proyecto nació en 2022, tras un largo proceso de acercamiento directo a las poblaciones más afectadas. Además, recibió asesoría técnica de otros países, especialmente México, donde existen experiencias similares en reducción de daños.
Para David Moreno, uno de los trabajadores del centro, el desafío más grande no es administrar naloxona, sino manejar la reacción emocional posterior.
“Algunos usuarios se vuelven muy violentos tras una sobredosis”, relató. Aunque mantiene la calma durante las emergencias, admite que “la adrenalina se dispara” después de cada intervención.