Cada Viernes Santo, las calles de Atlixco, en el centro de México, se llenan de fieles y curiosos que asisten a un ritual que sobrevive al paso del tiempo. Hombres semidesnudos, con los ojos vendados, arrastran cadenas de más de 30 kilos y llevan espinas de cactus incrustadas en sus brazos y piernas como acto de penitencia.
La escena es tan impactante como ancestral. Sin embargo, en los últimos años, la participación ha disminuido notablemente. Mientras que décadas atrás más de 100 hombres participaban en la procesión, hoy apenas 35 se animan a cargar el peso físico y espiritual del sacrificio.
Según organizadores locales, el declive refleja una tendencia más amplia: la pérdida de fe entre las nuevas generaciones. Además, muchos jóvenes consideran que el esfuerzo físico que implica la tradición es demasiado extremo.
“Los jóvenes están perdiendo la fe”, lamenta Vicente Valbuena, empresario de 68 años y uno de los pilares de la organización. Aunque admite que “el esfuerzo físico también es muy duro”, sigue defendiendo la importancia de la tradición.
Desde 1990, el porcentaje de mexicanos que se identifican como católicos ha caído de poco más del 90% al 78%, según datos del censo de 2020.
Mientras tanto, prácticas religiosas tradicionales como la de Atlixco luchan por mantenerse vivas en un contexto de creciente secularización.
Los participantes, conocidos como penitentes, no solo cargan cadenas. También utilizan coronas de espinas y permiten que otros claven pequeños cactus en su piel antes de iniciar la marcha. La procesión avanza bajo el implacable sol de abril, en silencio absoluto, solo roto por el arrastre de las pesadas cadenas contra el asfalto.
A pesar del descenso en el número de penitentes, el fervor de quienes aún participan no ha disminuido. Para ellos, el dolor físico es una forma de expiar culpas, pedir perdón y renovar su compromiso espiritual. Además, mantienen viva una tradición que ha sido parte del alma de Atlixco durante generaciones.
Por otro lado, las autoridades locales y religiosas siguen trabajando para preservar la celebración. Aunque reconocen los desafíos, consideran que el acto de fe de estos hombres es un testimonio poderoso de resistencia en tiempos de cambios profundos.
Finalmente, en medio de un mundo cada vez más indiferente a las expresiones religiosas tradicionales, Atlixco se aferra a su identidad con cada cadena arrastrada y cada herida abierta en nombre de la fe.